A nadie le interesó saber los oscuros detalles del
oscuro hecho ocurrido en un oscuro pasaje de pasteros en los márgenes de esa
oscura ciudad.
Su vida como contador no era más que una oscura y
magra anécdota en la vida de quienes le conocían. Todos los días revisando
plantillas exel en una oficina sin ventanas, que sólo tenía un tubo fluorescente que
cada tantos segundos se apagaba.
Su rostro flaco se lo había comido desde adentro el
hambre de su oscura infancia, en una toma de terrenos. Su rutina
diaria siempre era la misma, oscurecida por la monotonía. Despertar, caminar
por el vacío pasaje de los pasteros, cruzar una avenida, avanzar un par de
cuadras hasta la ferretería donde trabajaba y luego volver por esas cuadras,
cruzar la misma avenida y atravesar de nuevo el pasaje de los pastabaseros,
esta vez con los angustiados instalados en el lugar.
El día en que le ocurrió la anécdota salió de la pega
a las 7 de la tarde. Con el horario de invierno ya estaba oscuro. Cruzó todos
los lugares de su ruta de regreso y como siempre se sintió un poco preocupado
al pasar por donde los pasteros. Cuando iba a mitad de la callejuela, un
“angustia” que estaba en una muralla oscura, le pidió cigarros. El contador
respondió un sencillo "no fumo" y siguió con paso firme mirando al
frente.
El “angustia” lo miró fijo, caminó tras él y sintió el
irrefrenable impulso de pronunciar una rara secuencia de números sin saber por qué. El contador,
que aunque oscuro era buen contador, los memorizó y siguió el rumbo por
entre la estrechez del pasaje. En su mente se preguntó de qué se trataban esos
números misteriosos. Quedó metido y pegado con los numeritos.
Cuando llegó a la esquina de su calle miró el almacén
del lugar. Allí se iluminó. Sonrió y entró raudo a jugar un Loto. Los números
que dijo el pastero eran una secuencia de cifras del juego de la polla
chilena. Hacía tanto que no jugaba, hacía tanto que había perdido esa ilusión
de pasar a mejor vida, dentro de esta vida. Tenía 20 años y una polola la
última vez que compró un boleto de la gran "Polla chilena", en una playa nortina. Imaginó su vida contratando
prostitutas caras y jugando en el casino, acostado en una casa con ventanales
grandes y claraboyas. Bien luminosa y ventilada.
Esa noche esperó la hora del sorteo. No tenía ni tele,
ni radio ni internet en su casa. Así que fue a un oscuro cyber atendido por un
joven y espinilludo que tenía una polera de Black Sabat. Revisó su correo
gmail, que como siempre tenía la bandeja vacía. Luego vio un video de humor
negro en youtube mientras esperaba la publicación de los resultados del loto. Apretaba
F5 ansioso. Publicaron los resultados, no eran. Perdió. Su rostro volvió a
oscurecerse.
A la semana siguiente estaba viendo las noticias del
medio día. Estaba en su hora de colación en un local de comida rápida, miraba
la tele del local sentado en la barra. Al final del noticiero dieron los
resultados del Loto del día anterior. Era la misma secuencia de números que le
dijo el pastero. Dejó el completo a la mitad. Tiró mil pesos en el mesón y
salió a comprar cigarros. Desde ese día el contador está en su oficina sin
ventanas rodeado de una humareda, prende un cigarro cada tanto rato. Siempre tiene
un cigarro que dar a un pastero. Lo hace para que ningún angustiado le diga
cosas que no quiere escuchar.
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