Cuando pendejo siempre iba a una
playa que se llama “Flamenco” con mi familia y la de los padrinos de mi hermana.
Está cerca de Chañaral, 33 kilómetros al sur para ser más exacto. Si vas desde
Copiapó, que es donde vivía en ese entonces, te demoras unas dos horas. Nos
prestaban una casa. Piso de tierra, sin agua potable y con un segundo piso a
medio terminar. Daba igual, íbamos felices. Recuerdo que usábamos “camisetas”
para alumbrar las casas. Son unas bolsitas de género que se ponen en un balón
de gas y se encienden. Era mística la noche. Nos poníamos con mi familia a
contar chistes y reírnos. -Reírnos y
reírnos- Al punto de que me aburría.
En el día salíamos todos a la
playa. ¡Siete kilómetros continuos de playa! Arena rica, casi blanca. Aguas
tibiecitas. En ese entonces pensaba que era normal el agua tibia, hasta que
metí las patas en la costa de la zona central. ¡Conshesumare! Frío. Y qué decir
cuando lo hice cerca de Valdivia, uy... En cambio acá, Olas calmas y bahía templada. En la caleta
había tanta variedad de pescados y mariscos que te podías regodear por pocas
lucas con menús que en el primer mundo se pagan caros, puta que se pagan caros.
En las noches, el persistente
ruido de los motores para generar electricidad de otras casas daba una
monotonía de vida. Se escuchaban, eso sí, cumbias de ráfaga –de moda por esa
época- y risotadas, todos webiando. Fogatas en la playa y en las rocas, con
vino en caja. Lindos recuerdos: recibir el tumbo de la ola/castillos de arenas
de aguas limpias/roqueríos ricos en mariscos.
Pasaron los años. Crecí. Dejé de ir a la playa me fui a Valparaíso.
Pero este año al fin volví, retorné a
Flamenco y después de un par de días me di cuenta que estaba igual. Un poco más
de casas, un camping extra, más locales para abastecerse de copete y comida.
Eso fue el principal cambio. Una webada súper mínima si te pones a pensar.
Eso hasta que noté los carteles
pegados en los negocios. Un megaproyecto minero en el lugar lo estaba amenazaba
todo. Era como estar sentado en la mesa tomando once y que alguien dijera “oye,
viene un amigo esquizofrénico medio curao y con un revólver cargado”. Y esto
que suena cliché tiene bastante de cierto. Todo podría cambiar. La cosa es que
quieren poner un muelle para embarcar fierro proveniente de una mina en
Copiapó. Uno enorme. A menos de dos kilómetros de un “área de manejo”
controlada por los pescadores de “Torres del Inca”.
Ese lugar que tiene una historia
muy rara. Allí vivía un ermitaño, que le puso el nombre al lugar. Una vez le
hicieron una nota en TVN, su familia lo reconoció y lo fueron a buscar. Luego
falleció. Era un ex profesor de la Chile
que terminó viviendo ahí tras ser un exonerado político. Al poco de tiempo de
que llegó a habitar ese lugar, un grupo de pescadores se posicionó en el lugar
y fundaron una caleta. Muchos años después lograron que les entregaran la
concesión para cuidar y explotar –responsablemente– los recursos en el área,
cosa que han hecho. 27 familias bien ahí, incluyendo a las fundadoras. Es una
forma ancestral de vida de esta zona. Es en ese punto que hay dos loberas
(islotes donde los lobos marinos viven y son relativamente felices comiendo y
teniendo sexo libre) además encuentras dos guaneras (islotes donde las aves migratorias
y locales anidan y procrean en un festival de vida, y guano, por cierto). En
esa distancia -2 kms- esperan poner canchas de acopio de Fierro, un muelle de
alrededor de un kilómetro de extensión y barcos de 300 metros de largo. Eso a
un costado de Punta Patch, que es el nombre del sitio en donde se instalaría
este puerto.
Al otro lado, está la caleta de
pescadores de Flamenco. A menos de un kilómetro. Esta caleta tiene otra
historia. Originalmente estaba en Punta Patch –el mismo del posible puerto-.
Este lugar es una especie de lengua de tierra que se estira un par de
kilómetros hacia el mar. Esta formación geológica crea un molo de abrigo
natural, generando un área de aguas tranquilas. Por ello se instaló allí una
caleta a mediados del siglo XX. Pero llegó el golpe de estado y una alcaldesa
designada de apellido Vecchiola corrió a los pescadores, que se trasladaron a
su posición actual. En el lugar donde estaba originalmente la caleta se instalaron
cultivos de moluscos de exportación, pertenecientes a… advinen: la familia Vecchiola.
Hoy estos terrenos serán
arrendados a los chinos por… sí, por ellos mismos. Chinos liderados por un
misterioso Junchen Yang, empresario de la China comunista. Él y los dueños del
proyecto, suelen enviar a una trabajadora social y un abogado a dialogar con
las agrupaciones sociales del lugar –entre ellas los sindicatos de ambas
caletas–. Es un poco esa vieja lógica de “matando la perra se acaba la leva”, tratan
de corromper a los dirigentes para que les den la pasada. Se saltan incluso los
procesos institucional (¡oh! Qué sorpresa)… creen que con eso pueden disolver
el poder de las bases.
Sin embargo, hasta ahora, las
organizaciones sociales se han mostrado contrarias a esta “falsa ilusión de
progreso”. Es de esperar que así continúen para que, de ese modo, la linda
playa de siete kilómetros siga en pié, sus riquezas se mantengan y no pase a
engrosar la larga lista de espacios que, pudiendo haberse conservado, se
entregaron como ofrenda al gran dios del progreso industrial y esa fatamorgana
llamada “desarrollo minero”.
Mientras tanto el proyecto está
en el proceso de evaluación ambiental. Un paso muy serio, a cargo de
instituciones muy serias que ya en el pasado dio luz verde en su momento a
Castilla, a Punta Alcalde y a la planta de cerdos de Freirina en Atacama.
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