Caja-Konejo TV
En el estudio
están todos expectantes. El productor discute con el director porque un
invitado todavía no llega. Tendrán que rellenar con otra cosa en el segundo
bloque. Los cámara echan la talla entre ellos. El más joven, Carlitos, faltó a
la pega y todos lo están webiando que tuvo entierro con una colombiana que
conoció en un “café”. El conductor está sonriente, a su lado tiene una modelo
morenaza de dientes amarillentos que se ríe con soltura. Pelo crespo y escote
fatal. Los pantalones rojos y ajustados la hacen verse caderúa, insinuante,
rica. El animador en cambio tiene un terno negro y una camisa de lentejuelas
amarillas. Se ríe, le coquetea a la modelo y le cierra un ojo. La noche anterior
se la tiró varias veces. No tenía el mismo estado físico que ella, por lo que
en la tarde se puso una línea para estar paradito en la reunión de pauta y lo
repitió antes de venirse de su casa al canal. El maquillaje le tapó apenas las
ojeras y no estaba tan duro como para verse atemorizante.
El set es pequeñito: dos jaulas en los
costados con una señorita y un joven que son casi una ornamentación. La
señorita tuvo una cesárea hace dos meses y luce una cicatriz que la
maquilladora en práctica no pudo borrar –al igual que las ojeras del conductor.
Luce un bikini beige, tez blanca y un poco de piel de naranja en los glúteos.
Se fuma un cigarro esperando salir al aire, con cara de pena. Anoche su hija
recién nacida se volvió a enfermar y tuvo que dejarla encargada con la mamá.
Del postnatal ni hablar, trabaja a honorarios. El joven en cambio se toma una
energética. Mide 1.65 y viste una zunga de leopardo. Huevea con los
camarógrafos. Metió a Carlitos –el que no llegó a la pega- con un pituto y ya que falló a la pega tenía
que disimular con simpatía. Moreno y ariqueño, llegó a probar suerte a
Santiago. La escenografía les salió barata a los del canal. Una bola onda disco
colgando. Paredes con siluetas de gente bailando, una barra con asientos de
cantina que asemejan un bar donde el conductor se pone a entrevistar.
Quedan dos
minutos y el productor mira estresado al coordinador de piso que también está
hueviando con los camarógrafos. Por el intercomunicador escucha el reto del
director que manda a que se pongan en posición y se le acaba la risa de golpe.
El asistente del mandón dentro del switch está sentado sorbeteando una agüita
de manzanilla. Luce una polera de Pantera y una ponchera cervecera. Dice que
está dispuesto a ser invitado en el segundo bloque, que puede hablar de su
banda metalera. El director le dice que se vaya a wear a los pacos. En otro
sector del estudio están sentados los invitados. Luis Mamani, un travesti de
Santa Cruz que llegó desde Bolivia a Chile para hacer negocios con comercio
sexual. Nunca ha salido en televisión y está nervioso. Pero sabe que su aparición
rebotará en medios bolivianos y con eso podrá hacerse fama y le lloverán
monedas. El otro invitado es una señora que va a denunciar a un alcalde que
ocupó plata de la muni para una fiesta donde hubo niñas de 14. Por último, el
que estaba faltando, un humorista porno. Se dedicaba a contar chistes ultra
cochinos en Concepción y la rompe en toda la zona del sur. Nadie sabía por qué
no llegaba.
Se prendieron
las luces en el estudio y subió la temperatura en el set. El conductor miraba
fijo la cámara 3, que era siempre la que partía. Movía impacientemente la
patita y no paraba de hablar. “Si dejo de hablar me muero”, decía a cada rato.
El de la grúa empezaba a acomodarse para hacer el travelling, con el que baja
desde las alturas del estudio para mostrar una panorámica de cuatro metros -con
suerte- descendiendo por el estudio. Parte con la esfera disco colgada en lo
alto y va bajando a medida que se llena de humo el estudio. Era lo más caro: la
grúa y las máquinas de humo. Con eso daban un efecto raro de vertiginosidad y
bohemia al programa. La modelo se reía con las tallas del animador que cada vez
hablaba más y más. El ayudante del director estaba atento para poner la cortina
de inicio, una cumbia peruana de Los Mirlos. El director se fumaba un cigarro
Belmontt, mientras movía la mano dando órdenes al productor para que saliera a
buscar por el canal “alguna weá rara”. Le quedaban 15 minutos. En realidad sólo
diez, porque tenía que dejar un espacio de tiempo para maquillar mínimamente al
primer invitado que llegara. “¡Al aire en dos!”, gritó el coordinador de piso
avisando los minutos. El conductor estaba un poco excitado, le gustaba la
adrenalina de salir al aire. La comadre de la jaula se sacó el sostén y lo tiró
a la asistente de piso, que era jovencita también. Dulce y sin ganas de seguir
trabajando ahí. Todos le miraban los pezones rosados a la chica de la jaula.
Ella se los tapó con la mano. No podía mostrarlos en cámara.
“¡Al aire!” gritó el coordinador de piso
entre los camarógrafos, perdiéndose entre el humo de las máquinas que se
prendían para inundar el set. La fanfarria empezó y todos en el estudio hacían
palmas al ritmo de la cumbia. El animador, micrófono en mano, movía los hombros
mientras le daba un beso en el cuello a la morena que se reía abriendo su boca,
su “cábala”, luego se dio un cortito de pisco. La chica de la jaula se meneaba
de caderas y el tipo movía hacia adelante y atrás la pelvis, como penetrando
una minita de aire. Todo estaba listo, el show comenzaba. Del travelling
inicial con la cámara-grúa bajando desde las alturas se pasaba a un plano
americano del conductor con la modelo. “¡Buenas noches a todos! -saltaba baba
al micrófono-. Comenzamos una nueva edición de Caja-Konejo TV. Como siempre,
tenemos shows de variedades, historias nocturnas e invitados…”. En pantalla se
veían ahora las tetas grandes de la muchacha de la jaula. Llenas de leche
materna, apretadas con sus manos bien cuidadas. La toma era intercalada con un
plano contrapicado donde le enfocaban el paquete al joven. El ariqueño tomaba
los barrotes de la jaula mientras seguía dando puntadas pélvicas en el aire.
Miraba la cámara con una sonrisa pícara. En ese momento, en una calle de
Santiago-centro los pacos habían cortado el tránsito y empezaban a alejar a los
mirones. Un cadáver yacía tibio aún. Boca abajo y con 7 puñaladas en la
espalda. Esa noche nadie iría a contar chistes. El productor y director lo
reemplazaron mostrando las tetas rebosantes de alimento natural para guaguas y
haciendo un divertido juego entre el vedetto y la chica ésta. Le succionaba los
pezones cada vez que sonaba un tiro de la pistola a fogueo del animador. La
ruleteta rusa lo bautizaron en medio de la improvisación. El rating subía. El
animador, riéndose, se sumó al juego, pero se fue en la volá y quedó con la
cara llena de leche de teta. Luego le agarró el culo a la modelo y se lo
mordió. Al día siguiente cortaron el programa.
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