domingo, 30 de diciembre de 2012

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Caja-Konejo TV

En el estudio están todos expectantes. El productor discute con el director porque un invitado todavía no llega. Tendrán que rellenar con otra cosa en el segundo bloque. Los cámara echan la talla entre ellos. El más joven, Carlitos, faltó a la pega y todos lo están webiando que tuvo entierro con una colombiana que conoció en un “café”. El conductor está sonriente, a su lado tiene una modelo morenaza de dientes amarillentos que se ríe con soltura. Pelo crespo y escote fatal. Los pantalones rojos y ajustados la hacen verse caderúa, insinuante, rica. El animador en cambio tiene un terno negro y una camisa de lentejuelas amarillas. Se ríe, le coquetea a la modelo y le cierra un ojo. La noche anterior se la tiró varias veces. No tenía el mismo estado físico que ella, por lo que en la tarde se puso una línea para estar paradito en la reunión de pauta y lo repitió antes de venirse de su casa al canal. El maquillaje le tapó apenas las ojeras y no estaba tan duro como para verse atemorizante.
El set es pequeñito: dos jaulas en los costados con una señorita y un joven que son casi una ornamentación. La señorita tuvo una cesárea hace dos meses y luce una cicatriz que la maquilladora en práctica no pudo borrar –al igual que las ojeras del conductor. Luce un bikini beige, tez blanca y un poco de piel de naranja en los glúteos. Se fuma un cigarro esperando salir al aire, con cara de pena. Anoche su hija recién nacida se volvió a enfermar y tuvo que dejarla encargada con la mamá. Del postnatal ni hablar, trabaja a honorarios. El joven en cambio se toma una energética. Mide 1.65 y viste una zunga de leopardo. Huevea con los camarógrafos. Metió a Carlitos –el que no llegó a la pega-  con un pituto y ya que falló a la pega tenía que disimular con simpatía. Moreno y ariqueño, llegó a probar suerte a Santiago. La escenografía les salió barata a los del canal. Una bola onda disco colgando. Paredes con siluetas de gente bailando, una barra con asientos de cantina que asemejan un bar donde el conductor se pone a entrevistar.

Quedan dos minutos y el productor mira estresado al coordinador de piso que también está hueviando con los camarógrafos. Por el intercomunicador escucha el reto del director que manda a que se pongan en posición y se le acaba la risa de golpe. El asistente del mandón dentro del switch está sentado sorbeteando una agüita de manzanilla. Luce una polera de Pantera y una ponchera cervecera. Dice que está dispuesto a ser invitado en el segundo bloque, que puede hablar de su banda metalera. El director le dice que se vaya a wear a los pacos. En otro sector del estudio están sentados los invitados. Luis Mamani, un travesti de Santa Cruz que llegó desde Bolivia a Chile para hacer negocios con comercio sexual. Nunca ha salido en televisión y está nervioso. Pero sabe que su aparición rebotará en medios bolivianos y con eso podrá hacerse fama y le lloverán monedas. El otro invitado es una señora que va a denunciar a un alcalde que ocupó plata de la muni para una fiesta donde hubo niñas de 14. Por último, el que estaba faltando, un humorista porno. Se dedicaba a contar chistes ultra cochinos en Concepción y la rompe en toda la zona del sur. Nadie sabía por qué no llegaba.

Se prendieron las luces en el estudio y subió la temperatura en el set. El conductor miraba fijo la cámara 3, que era siempre la que partía. Movía impacientemente la patita y no paraba de hablar. “Si dejo de hablar me muero”, decía a cada rato. El de la grúa empezaba a acomodarse para hacer el travelling, con el que baja desde las alturas del estudio para mostrar una panorámica de cuatro metros -con suerte- descendiendo por el estudio. Parte con la esfera disco colgada en lo alto y va bajando a medida que se llena de humo el estudio. Era lo más caro: la grúa y las máquinas de humo. Con eso daban un efecto raro de vertiginosidad y bohemia al programa. La modelo se reía con las tallas del animador que cada vez hablaba más y más. El ayudante del director estaba atento para poner la cortina de inicio, una cumbia peruana de Los Mirlos. El director se fumaba un cigarro Belmontt, mientras movía la mano dando órdenes al productor para que saliera a buscar por el canal “alguna weá rara”. Le quedaban 15 minutos. En realidad sólo diez, porque tenía que dejar un espacio de tiempo para maquillar mínimamente al primer invitado que llegara. “¡Al aire en dos!”, gritó el coordinador de piso avisando los minutos. El conductor estaba un poco excitado,  le gustaba la adrenalina de salir al aire. La comadre de la jaula se sacó el sostén y lo tiró a la asistente de piso, que era jovencita también. Dulce y sin ganas de seguir trabajando ahí. Todos le miraban los pezones rosados a la chica de la jaula. Ella se los tapó con la mano. No podía mostrarlos en cámara.

“¡Al aire!” gritó el coordinador de piso entre los camarógrafos, perdiéndose entre el humo de las máquinas que se prendían para inundar el set. La fanfarria empezó y todos en el estudio hacían palmas al ritmo de la cumbia. El animador, micrófono en mano, movía los hombros mientras le daba un beso en el cuello a la morena que se reía abriendo su boca, su “cábala”, luego se dio un cortito de pisco. La chica de la jaula se meneaba de caderas y el tipo movía hacia adelante y atrás la pelvis, como penetrando una minita de aire. Todo estaba listo, el show comenzaba. Del travelling inicial con la cámara-grúa bajando desde las alturas se pasaba a un plano americano del conductor con la modelo. “¡Buenas noches a todos! -saltaba baba al micrófono-. Comenzamos una nueva edición de Caja-Konejo TV. Como siempre, tenemos shows de variedades, historias nocturnas e invitados…”. En pantalla se veían ahora las tetas grandes de la muchacha de la jaula. Llenas de leche materna, apretadas con sus manos bien cuidadas. La toma era intercalada con un plano contrapicado donde le enfocaban el paquete al joven. El ariqueño tomaba los barrotes de la jaula mientras seguía dando puntadas pélvicas en el aire. Miraba la cámara con una sonrisa pícara. En ese momento, en una calle de Santiago-centro los pacos habían cortado el tránsito y empezaban a alejar a los mirones. Un cadáver yacía tibio aún. Boca abajo y con 7 puñaladas en la espalda. Esa noche nadie iría a contar chistes. El productor y director lo reemplazaron mostrando las tetas rebosantes de alimento natural para guaguas y haciendo un divertido juego entre el vedetto y la chica ésta. Le succionaba los pezones cada vez que sonaba un tiro de la pistola a fogueo del animador. La ruleteta rusa lo bautizaron en medio de la improvisación. El rating subía. El animador, riéndose, se sumó al juego, pero se fue en la volá y quedó con la cara llena de leche de teta. Luego le agarró el culo a la modelo y  se lo mordió. Al día siguiente cortaron el programa.

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