lunes, 17 de junio de 2013

Lecho de muerto


El otro día decidí caminar por el lecho seco del río Copiapó. Un territorio que a cada paso hacía que en mi cerebro retumbara la idea de un mundo post apocalíptico que se come a sí mismo, para reinventarse y mutar.

El que alguna vez fue un valle pantanoso, verde, lleno de agua subterránea y causes de riachuelos que por debajo de la tierra movían tanto líquido que en la noche se escuchaba su sonido en la superficie.

Caminando por el río busco ver de reojo, a simple vista, qué reliquias quedan de la agricultura copiapina, del río, del pasado. En el palomar le quitan terreno a la ribera en la medida que la urbe come terreno a la cuenca del valle.

Cuando chico (onda 1997) mi viejo tenía un jeep, en ese tiempo salíamos a recorrer los bordes del Río Copiapó. Los caminos entre las chacras y parcelas cultivadas que en ese momento subsistían en la ciudad. Era entretenido, ir conversando y yendo rápido. Chapotear charcas del río.

¿De qué sirve, eso? No sé. Creo que de nada en términos de usufructar de algo. Solo sirven para que un veinteañero con actitud de resentido y retrógrado escriba un texto una revista, y al mismo tiempo sonría cuando piensa en esos momentos.

Creo que  en el inconsciente, pensar en el río es pensar en vegetación en ripio. El subconsciente piensa en el peligro de lo colectivo, de lo público, de terreno que es de nadie porque es de todos. Y el consciente piensa en humor negro, para tirar una pomada encima de la herida seca que es la muerte del cauce superficial del río. 

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