La niña llegó con su vientre
notoriamente infladito luego de las vacaciones de verano, un par de semanas más tarde de la vuelta oficial a clases. No era un colon
inflamado ni otro tipo de problema que involucrase tripas del sistema
digestivo. No, nada de eso. La niña evidentemente estaba embarazada y su cojera
la hacía verse grotescamente más “encinta”. La guatita se empinaba hacia
arriba cada medio paso, con ese raro movimiento de hombres que hacía al avanzar, y la mueca de un tic que la obligaba a sonreír con un solo lado de la boca. El inspector la miraba con cara de extrañeza. Ella iba
con su mochilita, su cabeza con dos trenzas, altura chata, cara espinilluda y ojos bizcos,
dando pasos con cara de alegría, moviendo sus brazos largos y desproporcionados
en comparación al resto de su cuerpo. Llevaba audífonos, y daba pasos con una seguridad
que superaba su rara cojera. Tenía problemas de motricidad fina y se comunicaba
con cierta dificultad, como con la lengua traposa. “Estoy embarazada, pero no
sé si sea niñito o niñita aún”, le dijo a sus compañeras del segundo medio B. El
inspector, una vez que todos los alumnos entraron, buscó la complicidad de su
amiga, la profe de Historia. “Fue el tata el que la embarazó, estoy seguro”, la
profe asintió con la cabeza. “La Mailing, la sobrina del Julio, le contó a él
que sí, que se la folló en la fiesta de fin de año”. El tata tenía 20 años y
estaba en cuarto año. Era su tercer hijo.
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