sábado, 30 de marzo de 2013

El peso de la incertidumbre


Santiago, 1938.-
Las ráfagas barrían con la calle, en el suelo había montones de cuerpos regados. En el tercer piso estaba Gabriela, con su metralleta Thompson barriendo la calle Ahumada. Se reía a carcajadas y solo estaba vestida con dos pasadores de balas. Era como una revolucionaria mexicana, pero sin ese sombrero como de Pancho Villa. La metralleta no paraba de girar, mataba a los transeúntes y atravesar las carrocerías de los autos que pasaban por la calle.

Amordazada en el piso estaba una mujer igual a ella, que había descubierto el día anterior mientras iba a visitar a una amiga en la plaza Brasil. Había tomado el tranvía, y luego de caminar unas cuadras vio que saliendo de calle Catedral se le apareció su doble.

Todos tenemos un doble, era  una frase que le escuchó una vez a su primo cuando volvió de Buenos Aires. Pero ver a una mujer igual, en aspecto y gestos le causó una impresión tan tremenda que se quedó sin aire por un rato mirándose pasar frente a sus ojos. Espero el momento indicado, le habló, la invitó a tomar un café para comentar su increíble parecido. Como dos gotas de agua, la gente les preguntaba si eran gemelas. 

Finalmente llegaron a la plaza, donde Gabriela la invitó a tomar un tecito a su departamento, en uno de los edificios nuevos del centro. Su doble, encantada la acompañó. Cuando entraron, amablemente Gabriela la golpeó con un jarrón en la cabeza, la redujo y la maniató.  Fue a buscar la metralleta que su marido había traído desde italiana en su último viaje de negocios. Abrió la ventana y empezó a acribillar a todos los que pasaban. Así hizo caer a unas 20 personas. Luego... luego simplemente dejó de disparar. 

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