Eran las 2 de la mañana y un zancudo me despertó. Prendí la
luz y lo busqué con mi mirada. Rastreé rápido y cubrí toda la casa. Cuando lo
vi posado en la pared recordé el consejo de un amigo “míralos con el peso de la
noche y quizás se aplasten no por la fuerza sino por la inconsistencia de su no
pensar”.
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