martes, 21 de junio de 2011

Mariana

Tomó su peineta por cuarta vez y terminó su engominado de gala, el vapor aún estaba saturando el aire y él sólo vestía su toalla y unas chalas de ducha. El tubo fluorescente chispeaba y sonaba titilante, ese chillido tan típico del gas de flúor.

Alejandro preparaba su espuma de afeitar con rigurosidad, la batía en un pocillo de porcelana. Tomó la navaja que afiló el viernes en la noche con la pericia de un carnicero. Cuidó de cada detalle del bigote, movía el filo de la navaja desde arriba hacia abajo siguiendo la dirección del vello facial para no cortarse.

Afeitada impecable, su piel blanca estaba suave y su cabellera peinada le hacía sentirse como una estrella californiana de cine. El paso siguiente: sacar del saco el terno que le regaló Mariana, su ex novia uruguaya de senos redondos y piel café con leche.

Estaba vestido y perfumado, fragancia limón-miel como le gusta a su madre, esa mujer que aún espera que regrese a su natal Barcelona. Caminó por el pasillo que conecta el baño con el living del departamento, en el toca discos sonaba fuerte Piazzola, casi tan fuerte como los mocasines recién lustrados con que raudo avanzaba para tomar el teléfono.

-¿Sí? A las 10… nos encontramos en el paseo Bulnes claro… no, no te preocupes. Iré con seguridad. Un beso, adiós.

Alejandro tenía una hora para llegar a su destino, el Fiat 600 nuevo que compró el mes pasado lo esperaba con el estanque lleno, estacionado en la playa del edificio en Providencia. Fue a la cocina, abrió la despensa atiborrada de comida y especias. Sacó la bolsa con Mate brasileño y la boquilla de cobre desde la parte superior del refrigerador, cuando un pensamiento se cruzó en su mente: “carne”.

Abrió el refrigerador, tomó una bolsa plástica blanca congelada y sacó un trozo de carne cruda.

-Sólo un poco más, o me quedaré sin más que tu recuerdo, Mariana.

Alejandro la tenía ahí desde hacía un par de semanas, cuando amanecieron en la alcoba, ella durmiendo desnuda a su lado y él mirando cómo se iluminaba la habitación con el pálido sol de un domingo invernal.

El procedimiento fue rápido y muy sencillo. Abrió el cajón del velador, sacó un cuchillo para hacer asados y le cortó el cuello. Disfrutó ver tanta sangre saliendo de la uruguaya, la cama tibia llena de sangre joven y él sonriendo excitado al verla ahí retorciéndose y dando estirones tuvo una incontrolable y plena erección.

Luego la llevo al baño al procedimiento desagradable, la dejó caer en la tina y esperó a que el rigor mortis hiciera lo suyo… Luego tomó su set de cuchillos y empezó a trozar.

Cerca del paseo Bulnes, en su casa del barrio República, estaba Rita secándose el cabello con una toalla y pensando quien era ese español misterioso que la engalanó cuando estaba en el café. Al menos esto era lo que veía Alejandro en su mente, si todo salía bien no pasaría más de un mes para sentir de nuevo el placer de la sangre veinteañera en su lecho.

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