Por David Ortiz
Haré una comparación: La bandera, el emblema patrio por excelencia y que se supone depositaria de nuestra identidad nacional debe ser el ícono al que más veces nos vemos enfrentados durante la vida, esto tiene una clara finalidad ¿cual? meterse en el inconsciente colectivo de una nación.
Así mismo la chela, se convierte en el copete con más difusión, con más representaciones en la publicidad, en las calles y en consecuencia en el bebestible alcohólico más interiorizado en el inconsciente colectivo, de un montón de sociedades. La relación de larga data con la chela nos hace mutar la relación con ella a lo largo de nuestra vida, acá un botón fermentado de muestra.
La chela pre-púber
Todos vimos un partido de fútbol cuando niños donde se aparecía por todos lados el logo de Cristal, los que son del colo usaron poleras con un gran logo de chela en la guata, desde pequeñitos. ¿Maquinación capitalista? ¿Mera coincidencia? Juzgue usted, pero le compartiré un caso personal.
Recuerdo nítidamente un fin de semana de 1995, era primavera, y yo estaba en la casa de mi padrino mirando los vasos olvidados sobre la mesa del living, que habían dejado mi padrino Sergio y mi Papá, luego de ver un partido de fútbol.
Yo esperé pacientemente agazapado en la cocina esperando a que se fueran y dejaran sola la mesa frente a la tele. Cuando salieron al patio a gritar como locos porque ganó la selección, mi invadió la intriga desbordante que me movía a descubrir por qué ese líquido amarillo que parecía una bebida pap, pero mucho más espumosa, estaba prohibida para los niños.
Esperé paciente la oportunidad de probarla, cuando ya los grandes estaban ultra enfervorizados gritando en el jardín y los vehículos les respondían con bocinasos que los hacían prenderse más,la curiosidad me dio el impulso y probé la prohibida cerveza.
-¡PUAJ! ¡Qué mala la weá!-
Eso fue todo lo que exclamé, en eso mi viejo había notado que estaba con un vaso de chela en la mano y desde el patío volvió para retarme. O al menos eso pensé yo, que me venía a retar porque en vez de retarme se cagó de la risa y le fue a contar a mi padrino, quien responsablemente se cagó de la risa también y me preguntó si quería probarla de nuevo para poder ver mi cara de asco.
La Chela Adolescente
Doce años. Solemos creernos malos/as, o al menos tenemos en nuestra mente queremos ser grandes y que nos valoren como tal, y para ello debemos rebelarnos, da lo mismo contra qué, pero hay que rebelarse para ser uno/a, eso está claro. Y ahí vienen los vetos que se nos inculcaron, y que queremos romper a botellasos: “la chela está vetada para ti pequeñín”. Así que quien se saca unas chelas en los carretes pendejos de séptimo básico es bkn, no hay duda, pero el que llega con unos ron es tan bkn que cruza el umbral de los bkn’s y se convierte en el destruido, que además tiene un futuro incierto. Así que entre el nerd que no carretea y el destruido que se junta con los de 17-18 a vacilar, la chela encuentra una acogida en los/as jovenzuelos/as que ven en el consumo de una chela un acto de rebelde, pero que les da un poco de medio meterse con más copetes.
¡Salud! Decíamos con unos compañeros en una quebrada entre cerros, compartiendo una báltica como si fuera muy rica, y sin vasos lo cual aumentaba el soluto de saliva adolescente en el contenido de la botella. Si te tomabas un manquehuito eras niñita, o bien demasiado alternativo shuer loco. Nuestros organismos eran jóvenes y la caña de una doragua no era tan terrible como lo puede ser ahora.
La chela en la edad media
Desorden y descontrol fueron parte de la educación media de muchos. Pese a que algunos podían verse muy ordenaditos/as en clases, mostrando una cara más bien introspectiva, bastaba convidarlos a un carrete para verlos desatados, cual sujetos posesos por el dios Baco. Las presiones académicas, las confusiones y el peso de la incertidumbre adolescente se diluían en un líquido gesto de liberación mucho más profunda que la chela, el de sus “wenos copetes destilados”.
Es aquí donde la chela mengua un poco, donde queda relegada en espera de sensaciones más fuertes. Ya no es depositaria de tanta rebeldía como en la básica, pareciera que ser rebelde tuviera relación con los grados etílicos. Pareciera que en la actualidad la meta es acercarse a ese arquetipo de personaje decadente y libertino, hedonista que poco le importa autodestruirse, que se anula a sí mismo en una cascada de ron mezclado con coca cola y vodka naranja, algo así como la película Leaving Las Vegas, la historia de un tipo que en su autodestrucción encuentra liberación.
Salvo para quienes tenían una relación más lejana con el carrete, o bien eran más maduros/as, esta debe ser la etapa en que más lejos estamos de la querida bebida fermentada, que solo es un preámbulo de cosas mayores.
Chela post liceana.
Llega el mundo post liceano, acompañado de la mayoría de edad, hay una explosión de consumo de alcohol. Paulatinamente el copete deja de ser una herramienta de liberación, para consolidarse como un medio de socialibilización. El copete se vuelve una herramienta para tener amenas tertulias, conocer grupos de gente nueva y en vista de ello aumentar las posibilidades de, en términos sumamente vulgares, “hacerse cagar a cachas”.
Sobre todo en las tertulias, la cerveza juega un rol fundamental. La conversación en torno a una chela, fluye como una lectura con cientos de hipervínculos, constelaciones de ideas y temas. Es ahí donde tomarse una chela, ya no es motivo de locura o mejor dicho de “alocamiento”, sino que se vuelve una o uno más en la mesa.
Tomarse una buena cerveza y compartir con los amigos, la famillia o la pareja, es algo muy rico qué duda cabe. Incluso cuando ya se le asimila no como un copete, sino como una bebida relajante, la empiezas a ver como un cereal fermentado, y el cereal ya sabemos hace bien y es básico en la vida de las sociedades post revolución agrícola, es decir desde que la gente se empezó a reunir entorno a los panes de trigo y las bebidas de cebada, quizás por eso cada noche de cervezas, terminen acompañadas de los infaltables tocomples.
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