sábado, 17 de octubre de 2009

El estereotipo

Al ritmo elegante de un contrabajo, un acordeón y un piano que interpretaban un tema de Renato Carosone, seguí bebiendo vodka, ese fatídico brebaje de los demonios bolcheviques, bajo una atmósfera de humo y bohemia que a esas alturas de la noche comenzaba a asfixiarme.

Mis ojos estaban del mismo color que el vestido con que apareciste en el bar de Luigi. Cuando te vi me sentí como un toro enfrentado a la manta roja de un maldito torero español. Dejé de beber en el acto, me levanté de la barra un poco mareado sujetando mi sombrero y caminé directo hacia donde te encontrabas.

Estaba decidido, esta vez no dejaría pasar la ocasión. Sigilosamente metí la mano en un bolsillo del abrigo con que tantas veces te arropé cuando estabas desnuda, y tomé el revolver que allí había guardado. Cuando te miré a los ojos supe de inmediato que no te sorprendía mi presencia, supongo que por eso llevabas un vestido color sangre.

-¿Estás seguro?-me dijiste con tus labios pintados de vino.

-Ya no hay vuelta atrás-tomé el revolver por el mango y lo saqué.

Con mesurada calma dijiste: “No lo hagas Vittorio.”

Y yo respondí: “¡Toma tu condenado revolver ya no lo quiero!”

-¡Pero si era tu regalo de cumpleaños! No puedes ser tan mal agradecido.

-¡No me importa! ¡Métetelo por el ano! ¡No me gusta dispararle a la gente! Alessandra entiende que no quiero ser mafioso como tu familia, sabes que mi pasión es el ballet y el diseño de vestuario.

Entonces salí llorando del bar para irme ebrio en mi bicicleta rosada. Ahora las cosas estaban claras y sabía que mi futuro estaba en Holanda.